Por Alejandro Ramírez-Arballo
Caminaba de un salón a otro, atravesaba el corazón del campus en el mismo momento en que el condado central de Pensilvania se veía azotado por una intensa tormenta de nieve: batallaba contra un frío y un viento intensos, como es normal en esta época (enero) del año. Como casi siempre, escuchaba el radio en mi Iphone, concretamente me encontraba escuchando la estación radiofónica del Instituto Sonorense de Cultura cuando irrumpió la voz del escritor Carlos Sánchez anunciando una entrevista, lo que me hizo afinar la atención: anunciaba una charla con Adolfo Ramírez (México D.F. 1987), escritor mexicano y autor de una novela titulada La locura y la pared, de reciente publicación. La nieve seguía, pero a mí me importaba menos porque aquellos dos hombres ya habían comenzado un diálogo sobre el oficio de escribir y sobre la trama del libro recién “horneado”. Me dispuse a enterarme de todo.
Me resultó natural el interesarme porque Adolfo iba contando cómo había decidido escribir sobre un personaje popular de Guaymas, población costera del norte de México en la que nací, donde aún viven mi papá y gran parte de mi familia. Algo más, el personaje en cuestión era un loco y como bien sabemos, los locos siempre “dan de sí” cuando se trata de escribir novelas. El personaje en cuestión: Rogelio Castro Montijo (¿o Montijo Castro, o Montejo, o no era Ricardo?); simplemente el Conde Montijo para el autor, asumía –creo yo que por vez primera- protagonismo en los mundos de la ficción.
Me di a la tarea de prestarle un poco de atención a la novela: salí a buscarla.
Días después contacté al autor a través de internet. Como corresponde a un escritor de su tiempo, Adolfo tiene una página de Facebook para promocionar esta obra en particular (https://www.facebook.com/LocoMontijo); el caso es que después de una breve presentación y la intermediación de Alexis Sánchez (@elalexissanchez), acordamos una conversación virtual. Además, Adolfo tuvo la gentileza de enviarme una versión electrónica de La locura y la pared, que así se llama la novela de la que voy hablando.
Se trata, pues, de una novela breve que puede leerse en dos o tres horas. Apenas la instalé en mi Kindle, me tumbé en el sillón más cómodo de mi sala y ahí, alcahueteado por el fuego de la chimenea, me dispuse a leer aquellas páginas sin esperar nada más que un buen relato. Se acabó el fuego pero no tuve las ganas para levantarme y avivarlo, preferí mejor apretarme dentro de mi cobija y no apartar la mirada de la pequeña pantalla en la que se escenificaba una búsqueda, porque, hay que decirlo, esta novela pone sobre el escenario a un joven periodista hipnotizado por la figura del Loco, un escritor que huye hacia el norte y que harto de pastorear los demonios propios se enfrasca en la misión existencial de descubrir su rostro después de una dolorosa ruptura sentimental. Por cuestiones del destino, el periodista sin nombre permanece atrapado en Guaymas y ahí la realidad se distorsiona, se vuelve una visión, una de esas quimeras del desierto que produce la reverberación. El periodista se entera de la historia de un demente capaz de realizar prodigios absurdos y decide averiguar dónde está, qué ha sido de él y, sobre todo, cuál es, entre las voces a veces contradictorias del coro testimonial, la verdad. Personaje y narrador sin nombre, voz hecha de realidad, imaginación e intuiciones, voz que se aferra al paradigma de la locura con el entusiasmo artúrico de los perseguidores del Santo Grial. Saber quién fue (¿o es?) el Conde Montijo es fundamental para restablecer el orden en un universo personal caracterizado por el caos.
La novela tiene una estructura circular y se inscribe en el género de la literatura de viajes, aunque también tiene rasgos de la crónica, la novela de testimonio, el relato de suspenso, la novela sentimental, la novela de investigación, el costumbrismo, la historiografía, la autobiografía, el relato legendario y la etnografía, por señalar aquello que a mí me resulta evidente. El autor construye alrededor del motivo de la locura una narrativa con muchos pliegues y matices; por eso es que quienes busquen en La locura y la pared la biografía de un personaje histórico, van a sentirse profundamente decepcionados, porque estamos ante una obra de ficción y, por tanto, ante un mundo regido por las caprichosas leyes de los subjetivo y la fantasía. Digo esto porque ya anticipo a más de alguno criticando a partir de la idea de que una novela debe tener una relación especular y fiel con la realidad histórica, cosa que es evidentemente un disparate. Conviene no olvidarlo nunca.
¿Quién es el Conde Montijo? No lo sabemos, no podemos saberlo: puede ser un genio, un iluminado, un esquizofrénico, un músico virtuoso, un bromista o prankster capaz de trollear por igual a los candidatos políticos del priismo pomposo que a los astronautas pioneros del proyecto Mercurio, un donjuán provinciano empeñado en conquistar a las señoritas clasemedieras con su sentimentalismo decimonónico, un gandalla, un espadachín, un mendigo, una mentira que nadie está dispuesto a desmentir, la fantasía delirante de un pueblo agobiado por un calor que no termina nunca, un personaje de la ficción que se ha escapado de un libro que alguien por descuido ha dejado abierto: una inexistencia pura y concreta. La conexión cervantina es obvia y creo que -lejos de perjudicar- aporta. Hay otra intertextualidad, aunque menos obvia, Usigli: la verdad social como una mentira que se comparte sin culpas personales. Lo histórico y lo inventado, lo material y lo onírico, lo local y lo lejano se cofunden en una especie de bitácora amalgamada y ambigua que estoy seguro bien puede desesperar a más de alguno, pero a ese “más de alguno” hay que recordarle algo muy sabio que dijo don Jorge Luis Borges en relación a la literatura: “La ambigüedad es una riqueza”.
Me doy cuenta de que Adolfo es un escritor muy consciente de su oficio y de la manufactura requerida por un proyecto novelístico. Se ve descubierto de pronto por el tema de la locura en un paraje lejano e inhóspito y siente, me lo imagino, el impulso de comenzar a entretejer historias en el desierto, espacio iniciático por excelencia en el que los desesperados se aquietan y los héroes escuchan con toda nitidez la voz de Dios que ordena siempre una misión. Estoy seguro que la vida del Adolfo escritor se ha enriquecido con las peripecias del periodista anónimo; estoy seguro también que durante el proceso de redacción de su novela, Adolfo pudo descubrir múltiples vasos comunicantes entre su personaje, siempre ausente, y él mismo.
Encontrar al Conde Montijo o hacer llover es un milagro que solo los escritores, que hacen de la mentira una profesión y de la locura un estilo de vida, pueden realizar sobre la página. Esto es lo que hace Ramírez a lo largo y ancho de su itinerario, crear un mundo que es reflexión de vida, metáfora del mundo, analogía y símbolo. Creo que la literatura debe cumplir con el requisito de asumir un talante poliédrico, y no porque dese crear confusión gratuitamente sino porque el escritor tiene el alto deber de complejizar la experiencia individual del mundo; en este sentido, La locura y la pared cumple a cabalidad con el compromiso.
Me falta decir algo que no es cosa menor: esta es una novela entretenida, bien contada, sin retruécanos ni palabras necias. El narrador tiene buen oído y no comete el error, tan común entre los escritores muy jóvenes, de ceder al impulso del lirismo o el de no saber dar a cada uno de los personajes una voz auténtica y verosímil. Aquí hay una suma ordenada de voces que son bien montadas sobre el escenario que a cada una le corresponde: las escenas son visibles e imaginables. El autor no dice, muestra, y esto es una clara señal de oficio y trabajo. Bien.
Si el periodista de La locura y la pared se va lejos es por una sencilla razón: necesita experimentar la ceremonia del regreso. Es el ciclo del héroe: irse, batallar, volver. Se lucha contra molinos de viento o fantasmas, se busca un cáliz, se roba el fuego, se vuelve siempre al suelo natural de la patria existencial, que es el mismo pero que no es igual. Por nuestro bien y el de nuestra alma, que así sea siempre.
Texto publicado originalmente en febrero de 2017.
Autor: Alejandro Ramírez-Arballo. Profesor de cultura y literatura latinoamericanas en la Pennsylvania State University. Doctor y maestro en literaturas hispánicas por la University of Arizona. Poeta y escritor. En el mundo académico imparte cursos de lengua y literatura latinoamericana, así como un taller de composición para hablantes nativos durante las primaveras.
Es autor de los libros de poemas: Las comuniones insólitas, El vértigo de la canción dormida, Pantomimas, Oros siempre lejanos, Las sanciones del aura, entre otros.