Los sinsabores recientes del futbol mexicano a nivel de selecciones no han sido pocos. Una sumatoria de tropiezos hizo urgente un plan para revertir la situación y, más aún, para orientar sus mejores esfuerzos al futuro y a los encargados de conseguirlo: los jóvenes.
Tras el fracaso de la selección nacional mayor en Catar en 2022; de que la selección femenil no lograra clasificar al recién finalizado mundial femenil en Australia y Nueva Zelanda; de que no se clasificara a los Juegos Olímpicos París 2024, y de los últimos resultados obtenidos por selecciones menores en las pasadas justas, más el bajo desempeño de los clubes mexicanos en la Leagues Cup, donde ningún equipo nacional logró clasificarse a la final, se hacía urgente un cambio de rumbo cuando menos radical.
Una opción que no se enfoque exclusivamente en la inmediatez, sino que vuelque sus energías en un proyecto a mediano y largo plazos.
Así lo comprendió Ivar Sisniega, nuevo presidente ejecutivo de la Federación Mexicana de Fútbol (FMF), exdirector de la Conade y pentatleta olímpico de la delegación mexicana en tres justas: Moscú 1980, Los Ángeles 1984 y Seúl 1988.
Sisniega cuenta con una amplia experiencia tomando a su cargo proyectos en crisis y reestructurándolos.
El pasado 24 de agosto, el directivo dio a conocer sus dos principales objetivos: terminar entre los ocho mejores equipos (cuartos de final) en el Mundial de 2026 y, logrado esto, alcanzar las semifinales en 2030.
“La afición y a veces también los medios (de comunicación), nos basamos mucho en lo que va sucediendo en el camino, (la obtención de) un mal resultado (y) parecería que todo está mal. Es algo endémico del futbol; es muy de resultados, de resultados inmediatos.»
“Aquí para dar resultados tenemos que tener un proyecto a largo plazo, un proyecto donde tengamos un proyecto sólido en cada una de las selecciones, trabajando hacia 2026 y rumbo a 2030”, dijo.
Para un reto tan colosal, Sisniega convocó a un hombre muy experimentado en el trabajo de las fuerzas básicas y forjador de importantes jugadores del futbol mexicano, desde la cantera: Andrés Lillini.
“Un hombre de futbol que ha trabajado toda su vida en fuerzas básicas y en la formación de jugadores. Tuvo su aventura como entrenador de equipos mayores y con palabras de él mismo ‘regresa donde le gusta estar’. Es una persona sumamente preparada y con sensibilidad para llevar a cabo este proyecto”, aseveró Sisniega.
El argentino, así como el propio Ivar, entiende que la confianza es un poder transformador, y la transformación es más plausible con las juventudes mirando hacia sí mismos y con referentes propios.
Sin las luces reflectores sobre el argentino, éste es el as bajo la manga de Sisniega, quien de concretar sus objetivos, pasaría a la historia como el directivo de selecciones nacionales más exitoso de la historia.
“El ejemplo de los jóvenes está en México, no afuera”, aseguró Lillini.
Andrés Lillini es un creyente de las fuerzas básicas. Un hombre serio y firme; sencillo, frugal, ordenado y obstinado con los pequeños detalles.
Cuenta que fue Danilo, su primo, quien implantó en su vida la pasión por el futbol. No venía de una familia futbolera, como es común en la Argentina, pero bastó el amor de su primo por el esférico para que él también volcara su tiempo y esfuerzo al balompié, y con ello cambiar su vida para siempre.
Quizá es precisamente el constante recuerdo de Danilo y del lazo que prevalece lo que cierra su pacto con las juventudes que sueñan en grande con estadios, goles, atajadas, títulos, triunfos y aprendizajes.
Así cambió la vida de niños de entre seis y 12 años en El Rosario. Lillini revolucionó cada llanero al que llegaba.
Su primer viaje a México, una estancia programada de tres días, se prolongó por seis largos años, cuando Álvaro Dávila, entonces presidente del Club Morelia, le pidió encargarse de la estructura deportiva del equipo. Ahí comenzó a germinar la historia de muchos rostros hoy conocidos.
Bajo su dirección, Lillini logró que la cantera del Club Morelia se expandiera de maravillosas maneras, dándole poco tiempo después, en 2005, a sus primeros campeones del mundo Sub 17: Adrián Aldrete y Ever Guzmán.
A ellos se suman jugadores consagrados bajo su primer tutelaje: Oribe Peralta, Oswaldo Alanís, Moisés Muñoz, Ismael Íñiguez y, más recientemente, Jorge Ruvalcaba, quien emigró al Standard Lieja de la liga de Bélgica.
De regreso al terruño, Boca Juniors lo invitó a coordinar sus categorías inferiores, entre 2007 y 2011. Posteriormente viajó a Rusia, donde hizo lo propio en el CSKA Moscú, de 2011 a 2014.
A una amplia trayectoria en las fuerzas básicas, se suma su último paso por el fútbol mexicano, donde regresó en noviembre de 2017 como director de las Fuerzas Básicas del Club Universidad, para luego convertirse en técnico de Primera División.
Hoy Lillini aspira a que los resultados de su encomienda se traduzcan en una liga que se adapte cada vez más a torneos competitivos que le den a los jóvenes futbolistas personalidad, carácter y autoridad de cara a la región y frente al mundo, y que se reflejen en el éxito de una selección mayor cuyos resultados sirvan de espejo a las selecciones menores, así como a la niñez y juventud que sueñan en grande.
El argentino quiere demostrarle a los jóvenes de 16 y 17 años por qué es importante ganar competencias y no sólo competir, y por qué es fundamental buscar siempre resultados que sumen al crecimiento personal y colectivo de los equipos.
Volver a competir en la Copa América es una gran oportunidad de competir con selecciones altamente competitivas y muy curtidas.
La selección mexicana ha demostrado que tiene las capacidades y virtudes para alcanzar el éxito en esta justa.
Ha llegado a dos finales de Copa América: la primera, en 1993, en Ecuador, donde perdió contra Argentina 2 a 1; la segunda, en Colombia en 2001, cuando los locales se impusieron al tricolor 1 a 0.
Será precisamente la Copa América de EU en 2024, uno de los principales escenarios de prueba para la selección mexicana; una oportunidad para ajustar, definir, apostar, atreverse, y confiar en los jóvenes.
Comprometido con su trabajo, como lo ha sido siempre, y también agradecido con México y su problemático, pero siempre encendido y apasionante futbol, Lillini entendió el desafío para Sisniega y él mismo: “No me puedo ir de acá sin dejar nada que no sea valioso para el fútbol mexicano”.
A mediano plazo, la justa regional del próximo año abre un gran camino para transitar hacia las proyecciones que Andrés Lillini e Ivar Sisniega tienen para la selección mexicana.
Será una prueba de fuego para una selección que por ser sede, no tendrá que competir por un boleto mundialista.
El reto no sólo será aumentar el nivel competitivo para entonces, sino mantenerlo y explotarlo con un buen futbol, construido por nuevos y frescos cuadros, con nuevas visiones, metas, sueños y anhelos fuera de la comodidad burocrática y altamente lucrativa, que acostumbró a toda una generación a una exigencia exigua y unos resultados mediocres.
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