En la saga interminable de los demócratas por comprender qué es lo que sale mal, la última gran derrota de Kamala Harris frente a Donald Trump no es una excepción. Para este punto los demócratas parecen haberse convertido en expertos en dos cosas: perder elecciones y encontrar siempre a quién culpar, aunque mirarse al espejo no sea una opción. Es como ver un programa de talentos en el que el participante falla la nota alta, pero asegura que fue culpa de la acústica… y del jurado… y tal vez del cambio climático.
La historia es conocida: cada elección, los demócratas medio-llenan auditorios y redes sociales con promesas inspiradoras y discursos cargados de progresismo buenaondita. Sin embargo, cada vez que los resultados no salen como esperaban, hay una fuerza externa en la que descargan toda la responsabilidad. ¿La culpa es del electorado trumpista? Claro. ¿La influencia de Rusia? Seguro. ¿Las campañas de desinformación? Por supuesto. ¿La alineación de los planetas? Ya nada sorprende.
Y es que a veces parecen olvidar el pequeño detalle de la autocrítica. ¿por qué hacer ajustes internos o cuestionar su estrategia cuando es mucho más fácil apuntar al espectro enemigo? Así, elección tras elección, parecen preferir crear una narrativa épica de “hicimos todo bien, simplemente no fue suficiente”, en vez de aceptar que quizás —solo quizás— sus tácticas, discursos o, mejor dicho, falta de ellos, no están conectando con el electorado.
En vez de abordar los problemas de fondo, muchos demócratas prefieren fantasear con el voto joven, urbano y TikToker, convencidos de que esa es su base firme. El problema es que estos votantes fueron coaptados por los Republicanos a través de los podcasts tibios como el de Joe Rogan. Pero, por supuesto, eso no se dice en los bunkers demócratas; ahí, la culpa es de todos, sobre todos de las minorías… menos de ellos.
Para un partido que se define a sí mismo como moderno e inclusivo, los demócratas tienden a quedarse atrapados en estrategias repetitivas y un tanto desconectadas. Los votantes no siempre buscan teorías, sino soluciones claras. Pero esa es una lección que, al parecer, algunos demócratas prefieren no aprender. Porque, después de todo, ¿qué sería de su retórica sin un buen enemigo externo a quien señalar?
Es un misterio digno de estudio como el Partido Demócrata, el experto en defender causas progresistas -por lo menos en redes sociales- puede perder el habla y ganar la temblorina cuando se trata de pronunciarse en contra del Genocidio que esta sucediendo en Gaza, en especial porque los que pagan los platos rotos son los niños palestinos. Pareciera que el compromiso con los derechos humanos de los Demócratas fue por unos cigarros y nunca regreso (como tu papa). Hablan de justicia, inclusión y solidaridad como si tuvieran un catalogo que excluye ciertas tragedias. Porque claro, condenar la violencia suena bien en los discursos de campaña… siempre y cuando no sea conta Netanyahu. Ese si les da alergia.
En fin, los demócratas siguen en su eterna lucha contra factores externos que, según ellos, sabotean sus triunfos. Ya sabemos cómo sigue esta historia: una pizca de teorías conspirativas, un poco de lamento, y cero autocrítica. Al final, siempre habrá alguien más a quien culpar… y de eso, sí que son expertos.
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