Los focos rojos se han encendido nuevamente en la región de África Occidental, luego de que los mandos militares de Níger derrocaran al presidente constitucionalmente electo, el socialdemócrata Mohamed Bazoum, quien asumió el cargo en 2021.
Níger es uno de los 10 países más pobres del mundo, con un PIB per cápita de 567 dólares anuales. El promedio del PIB per cápita mundial es de 12 mil 234 dólares.
Además, es uno de los países que integra la franja de Sahel, una región geográfica también conocida como “el cinturón del hambre”, que se extiende por tres millones de km² a través de 10 naciones, cuyas particularidades se comparten en un contexto, pues todas fueron colonias dominadas por potencias europeas, con el fin de explotar sus recursos naturales.
Desde 1975, Níger es una de las 15 naciones africanas que integran la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), que nació con el objetivo de promover la integración económica en la región en un contexto poscolonialista, para impulsar la construcción de caminos, el desarrollo agrícola, la energía y la procuración de recursos hídricos.
El problema es que Francia, país que dominó a la mayoría de estas 15 naciones aun durante la mitad del siglo pasado, sigue teniendo participación directa en la toma de decisiones en la región. Tras la independencia de estas naciones, el país galo ha mantenido influencia económica, política y militar en la zona, mediante el establecimiento de relaciones y acuerdos de poder con gobiernos de sus antiguas colonias. Es por ello que mantiene bases militares en países como Níger, Nigeria y Mali, entre otros.
En el caso de Níger, Francia mantiene fuertes intereses relacionados con la explotación y extracción de uranio, mineral que constituye el combustible principal de las centrales nucleares. Lo hace a través de una participación de 64 por ciento en la explotación de Somaïr, una mina nigerina a cielo abierto, dejándole apenas 36 por ciento de participación a la empresa nacional Sopamin.
Níger participa en un tercio del total del uranio destinado a Francia, donde 70 por ciento de la electricidad se genera en plantas nucleares. De ahí que el interés de esta potencia europea en los asuntos políticos no sea menor, toda vez que importa el total de su consumo de uranio.
Es obvio que la explotación minera de Francia no se ha traducido en crecimiento, desarrollo económico y mucho menos bienestar en la zona. Al contrario, Níger sigue siendo una de las naciones con mayor marginación y hambre del mundo. Lo anterior, sumado al malestar que provoca la presencia de al menos mil 500 militares franceses en el país desde 2013, ha ido acrecentando un sentimiento anticolonialista aprovechado en los últimos años por mandos militares de varios países africanos, quienes han derrocado a gobiernos que se consideran alineados a las potencias europeas.
En los últimos años, esta región ha experimentado una ola de golpes de Estado que han derrocado a los gobiernos civiles en turno. Desde finales de 2020 a la fecha, se han materializado seis golpes de Estado en Mali, Guinea, Sudán, Chad, Burkina Faso y más recientemente en Níger.
LA CAÍDA
El pasado 26 de julio, una Junta Militar liderada por el general Abdourahamane Tchiani derrocó al presidente en funciones, Mohamed Bazoum, quien llegó al poder bajo acusaciones de fraude electoral y en medio de una fuerte crisis de violencia atribuida al control ejercido por grupos yihadistas que se disputan la zona con el Dáesh.
Rápidamente, el presidente derrocado solicitó apoyo a EEUU y a la comunidad internacional para “restaurar el orden constitucional”.
En respuesta, la CEDEAO lanzó un ultimátum a los golpistas, dándoles hasta este lunes 7 de agosto para devolver el poder al presidente depuesto, bajo la amenaza de una acción militar conjunta promovida y respaldada por Francia. La ministra de Asuntos Exteriores de Francia, Catherine Colonna, externó que “los golpistas tienen hasta mañana (7 de agosto de 2023) para renunciar a su aventura”, tras sostener una reunión con el primer ministro nigerino, parte del gabinete depuesto.
Esto coincide con la posición asumida por el comisionado de Asuntos Políticos, Paz y Seguridad de la CEDEAO, Adbel-Fateu Musah, quien dijo que están dispuestos a detener el golpe de Estado, pero que “la CEDEAO no les va a decir a los golpistas cuándo y dónde vamos a atacar. Es una decisión operativa que será tomada por los jefes de Estado”.
Lo anterior perfila que durante los próximos días una intervención militar mayor podría gestarse en Níger para intentar derrocar a los mandos militares. Sin embargo, el intento ha encontrado resistencias por parte de al menos dos países del bloque: Mali y Burkina Faso, cuyos gobiernos también son controlados por militares a raíz de sus recientes golpes de Estado, y quienes han declarado que no solo no se sumarán a una posible intervención en Níger, sino que cualquier intervención extranjera en el país vecino también representaría una declaración de guerra en su contra.
De hecho, ambos países enviaron una delegación a Niamey, la capital de Níger, para expresar su apoyo a la Junta Militar, lo que ha incrementado las tensiones, toda vez que el plazo otorgado por la CEDEAO a Níger venció a media noche.
Vale la pena señalar que los países africanos que han dado un guiño a una posible intervención militar en Níger son Senegal, Costa de Marfil, Benin y Nigeria, todos ellos gobernados por políticos de centro-derecha y alineados al “trabajo coordinado” con Francia. Lo anterior explica el encono generado entre las naciones miembro de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental: tanto Mali como Burkina Faso, así como ahora Níger, se han separado de Francia y han buscado alinearse políticamente con el grupo Wagner, mercenarios relacionados con Vladímir Putin y Rusia, buscando un reacomodo político que termine por romper su vinculación histórica con Francia, sin dejarse en el abandono geopolítico y económico.
EL RESPALDO
Pocos días después del golpe de Estado, al menos 30 mil nigerianos se congregaron en el estadio de la capital de Níger, Niamey, para respaldar a la Junta Militar y a Abdourahamane Tchiani, quien ahora preside el “Consejo Nacional para la Salvaguardia de la Patria”. Posteriormente, protestaron de manera enérgica frente a la embajada francesa.
África vive entre tumultos y fiebres políticas debido a la ausencia de verdadera independencia de sus Estados-Nación, muchos volcados a respaldar intereses económicos extranjeros por encima de anteponer la soberanía sobre sus recursos naturales e impulsar el desarrollo económico.
Los golpes de Estado son procesos inestables, pues en sí sus implicaciones son violentas y materializan comúnmente crímenes de lesa humanidad. Sin embargo, el caso de algunas naciones africanas posee particularidades que responden a un intenso sentimiento de desventaja y descontento frente a las élites nacionales y extranjeras que terminan concentrando la riqueza, condenando al resto de la población al hambre, la violencia, los enfrentamientos locales y la muerte prematura.
La región sobre la que se sitúa Níger, el Sahel, también es azotada por el cambio climático. Las temperaturas aumentan 1.5 veces más rápido que el promedio mundial. La ONU estima que cerca de 80 por ciento de las tierras cultivables del Sahel están deterioradas, lo que representa un desafío cuando cerca de 50 millones de personas dependen de la ganadería y la agricultura, generando una competencia por la tierra que usualmente termina en asesinatos.
En esta región, 33 millones de personas se encuentran en situación de inseguridad alimentaria, misma que ha sido aprovechada por grupos terroristas para cooptar adeptos a cambio de un ingreso que les permita subsistir. Ello ha dado cabida a cifras dramáticas en el número de homicidios, las más altas en 10 años.
La ebullición política y social en África es difícil de dimensionar fuera del continente; sin embargo, la crisis ha quedado manifestada con el constante flujo migratorio que parte a diario hacia Europa, buscando escapar de la marginación y la violencia, a menudo a costa de la propia vida, sin que las naciones europeas tomen acciones humanitarias para su trato y recepción, lo que implicaría reestructurar su visión de África como fuente de recursos inagotables.
Mientras Francia pugna por desestabilizar nuevamente una región estratégica para continuar con la explotación intensificada de uranio, sin dejar el mínimo beneficio económico en la región, los pobladores de Níger parecen no tener problema con dar la espalda al oficialismo y experimentar, nuevamente, una afrenta violenta, con la esperanza de que la Junta Militar termine de expulsar a los colonos y que, algún día, los recursos del país se repartan hacia la gran mayoría.